Etica y Desarrollo Profesional

OBJETIVO ofrecer al estudiante universitario un espacio para la reflexión crítica y colectiva sobre las implicaciones que tienen los valores en todo lo que se estudia; para que asuma una postura comprometida ante su realidad; un espacio que promueva condiciones donde se desarrollen sus habilidades cognitivas, sociales y valorativas a fin de que les permita asumir la responsabilidad ética de sus acciones en los ámbitos individual, profesional y civil.

02 marzo 2018

Libertad

Unidad 2 Capítulo 2

Fuente: Savater, Fernando
“Etica para Amador”

Libertad
“A diferencia de otros seres vivos o inanimados, los hombres podemos inventar y elegir en parte nuestra forma de vida. Podemos optar por lo que nos parece bueno, es decir conveniente para nosotros, frente a lo que nos parece malo e inconveniente. Y como podemos inventar y elegir, podemos equivocarnos, que es algo que a los animales no suele pasarle. De modo que parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir, es lo que llamamos ética”.

Ciertas cosas uno puede aprenderlas o no, a voluntad. Como nadie es capaz de saberlo todo, no hay más remedio que elegir y aceptar con humildad lo mucho que ignoramos. Se puede vivir sin sabor, sin astrofísica, ni fútbol, incluso sin saber leer ni escribir: se vive peor, si quieres, pero se vive. Ahora bien, otras cosas hay que saberlas porque en ello, suele decirse, nos va la vida.
Entre todos los saberes posibles existe al menos uno imprescindible: el de que ciertas cosas nos convienen y otras no. No nos convienen ciertos alimentos ni nos convienen ciertos comportamientos ni ciertas actitudes.

Saber lo que nos conviene, es decir: distinguir entre lo bueno y lo malo, es un conocimiento que todos intentamos adquirir por la cuenta que nos trae.

Hay cosas buenas y malas para la salud: es necesario saber lo que debemos comer, o que el fuego a veces calienta y otras quema, así como el agua puede quitar la sed pero también ahogarnos.
En el terreno de las relaciones humanas, estas ambigüedades se dan con aún mayor frecuencia. La mentora por ejemplo, es algo en general malo, porque destruye la confianza en la palabra – y todos necesitamos hablar para vivir en sociedad – y enemista a las personas; pero a veces parece que puede ser útil o beneficioso mentir para obtener alguna ventajilla. O incluso para hacerle un favor a alguien. Por ejemplo: ¿Es mejor decirle al enfermo de cáncer incurable la verdad sobre su estado o se le debe engañar para que pase sin angustia sus últimas horas?. Por otra parte, al que siempre dice la verdad suele cogerle manía a todo el mundo. Lo malo parece a veces resultar más o menos bueno y lo malo tienen en mocasines apariencias de malo.
Lo de saber vivir no resulta tan fácil porque hay diversos criterios opuestos respecto a qué debemos hacer. Si uno quiere llevar una vida emocionante, puede dedicarse a los coches de fórmula uno o al alpinismo; pero si se prefiere una vida segura y tranquila, será mejor buscar las aventuras viendo una película en el cine. Algunos aseguran que lo más noble es vivir para los demás y otros señalan que lo más útil es lograr que los demás vivan para uno. Ciertas opiniones lo que cuenta es ganar dinero y nada mas, mientras que otros opinan que el dinero sin salud, tiempo libre, afecto sincero o serenidad de ánimo no vale nada. Médicos respetables indican que renunciar al tabaco y al alcohol es un medio seguro de alargar la vida, a lo que responden fumadores y borrachos que con tales privaciones a ellos desde luego la vida se les haría mucho más larga.

En lo único que todos estamos de acuerdo es en que no estamos de acuerdo con todos.
Si nuestra vida fuera algo completamente determinado y fatal, irremediable, todas estas disquisiciones carecerían del más mínimo sentido. Nadie discute si las piedras deben caer hacia arriba o hacia abajo: caen hacia abajo y punto. Los castores hacen presas en los arroyos y las abejas en paneles de celdillas hexagonales: no hay castores que hagan celdillas de panal, ni abejas que se dediquen a la ingeniería hidráulica. En su medio natural, cada animal parece saber perfectamente lo que es bueno y lo que es malo para él, sin discusiones ni dudas. No hay animales malos ni buenos en la naturaleza.

Así llegamos a una palabra fundamental: Libertad. Los animales no tienen mas remedio que ser tal y como son y hacer lo que están programados naturalmente para hacer. No se les puede reprochar que lo hagan ni para aplaudirles por ello porque no saben comportarse de otro modo.

"La libertad no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: Sí o No. En su brevedad instantánea, como a la luz del relámpago, se dibuja el signo contradictorio de la naturaleza humana” (Octavio Paz, La otra voz).


En cierta medida, los humanos también están programados por la naturaleza; están hechos para beber agua, por ejemplo, y a pesar de todas nuestras precauciones debemos morir en un momento determinado. Además el programa cultural de los humanos es determinante: el pensamiento viene condicionado por el lenguaje que le da forma, y se es educado en ciertas tradiciones, hábitos, formas de comportamiento, leyendas. Todo ello pesa mucho y además, hace que los humanos sean bastante previsibles.

Por mucha programación biológica o cultural que tengamos como humanos, siempre podemos optar por algo que no esté en el programa. Podemos decir “sí” o “no”, quiero o no quiero. Por muy acuchados que nos veamos por las circunstancias, nunca tenemos un solo camino a seguir sino varios.

En la realidad existen muchas fuerzas que limitan nuestra libertad, desde terremotos o enfermedades hasta asesinos.
Uno puede considerar que optar libremente por ciertas cosas en ciertas circunstancias es muy difícil (entrar en una casa en llamas para salvar a un niño, por ejemplo, o enfrentarse con firmeza ante un tirano) y que es mejor decir que no hay libertad para no reconocer que libremente se prefiere lo más fácil.

Aunque no podamos elegir lo que nos pasa, podemos en cambio elegir lo que hacer frente a lo que nos pasa.
A veces las circunstancias nos imponen elegir entre dos opiniones que no hemos elegido: hay ocasiones en que elegimos aunque preferiríamos no tener que elegir.

Uno de los primeros filósofos que se ocupó de estas cuestiones, Aristóteles, imaginó el siguiente ejemplo:

Un barco lleva una importante carga de un puerto a otro. A medio trayecto, le sorprende una tremenda tempestad. Parece que la única forma de salvar el barco y la tripulación es arrojar por la borda el cargamento, que además de importante es pesado. El capitán del navío se plantea el problema: ¿Debo tirar la mercancía o arriesgarme a capear el temporal con ella en la bodega, esperando que el tiempo mejore o que la nave resista?. Desde luego, si arroja el cargamento lo hará porque prefiere hacer eso afrontar el riesgo, pero sería injusto decir sin más que quiere tirarlo. Lo que de veras quiere es llegar a puerto con su barco, su tripulación y su mercancía: eso es lo que más le conviene. Sin embargo, dadas las borrascosas circunstancias, prefiere salvar su vida y la de su tripulación a salvar la carga, por preciosa que sea. ¡Ojalá no se hubiera levantado la maldita tormenta!. Pero la tormenta no puede elegirla, es cosa que se le impone, quiera o no; lo que en cambio puede elegir es el comportamiento a seguir en el peligro de la amenaza.

Analizando este ejemplo, el capitán preferiría sin duda no verse en el trance de tener que escoger entre la pérdida de sus bienes y la pérdida de su vida. Sin embargo, no queda más remedio y debe decidirse: elegirá lo que quiera más, lo que crea más conveniente. Podríamos decir que es libre porque no le queda otro remedio que serlo.

En el arte de vivir, el hombre es al mismo tiempo el artista y el objeto de su arte, es el escultor y el mármol, el médico y el paciente” (Erich Fromm).


Por lo general, uno no se pasa la vida dando vueltas a lo que nos conviene hacer. Si vamos a ser sinceros, tendremos que reconocer que la mayoría de nuestros actos los hacemos casi automáticamente, sin darles demasiadas vueltas al asunto.
En el fondo resulta más cómodo y más eficaz, pues a veces darle demasiadas vueltas a lo que uno va a hacer nos paraliza. Es como cuando caminas: si te pones a mirarte los pies y a decir “ahora el derecho, luego el izquierdo, etc.”, lo más seguro es que te tropieces o te pares.


MotivosUn motivo es la razón que se tiene o al menos se cree tener para hacer algo, la explicación más aceptable de la conducta cuando se reflexiona sobre ella.
Motivos

Órdenes

Costumbres

Caprichos


Cuando nos motivamos reconociendo que nosotros mandamos para hacer tal o cual cosa, entonces hablamos de órdenes. En otras ocasiones el motivo es el que solemos hace siempre un mismo gesto y lo repetimos casi sin pensar, cuando vemos a nuestro alrededor que todo el mundo se comporta de determinada forma habitualmente, entonces llamamos costumbres a este juego de motivos. En otros casos el motivo parece ser la ausencia de motivo, el que nos apetece más, esto sería motivarnos por caprichos.

Cada tipo de motivo tiene su propio peso y nos condiciona a su modo. Las órdenes, por ejemplo, sacan su fuerza, en parte, del miedo que podemos tener de las represalias, o también porque esperamos algún tipo de recompensa.

Durante el terremoto de México en la década de los 80’s, un joven vio derrumbarse ante sus propios ojos un elevado edificio; acudió a prestar ayuda e intentó sacar de entre los escombros a una de las víctimas, que se resistía inexplicablemente a salir de la trampa de cascotes hasta que confesó: “Es que no llevo nada encima”, tanto conformismo ante la costumbre vigente es un poco morboso ¿no?.

“Sólo disponemos de cuatro principios de la moral:

1) el filosófico: haz el bien por el bien mismo, por respeto a la ley.
2) El religioso: hazlo porque es la voluntad de Dios, por amor a Dios.
3) El humano: hazlo porque tu bienestar lo requiere, por amor propio.
4) El político: hazlo porque lo requiere la prosperidad de la sociedad de la que formas parte, por amor a la sociedad y por consideración a ti”
Lichtenberg